26 oct 2009

Yuma


Yuma falleció hace siete días. Estuvo desde finales de 1995 en casa, junto a mis padres. Llegó como una perra siberiana, pero era solo un remedo, una copia bonita por lo demás. La Yuma en un principio se ganó el cariño de la casa, pero la falta de los genes precisos provocó que mi padre le perdiera cariño. Mi mamá y yo siempre nos cuadramos con ella. Mi hermana fue indiferente al tema. A la Yuma nunca le faltó comida, cariño y abrigo, era de la familia. Con ella durante años salí a caminar en la noche fría-insegura de Mediocamino. También íbamos al cerro Macera, la sacaba a pasear en camioneta; le encantaba sentarse en el asiento del copiloto y mirar cómo la gente, los autos y las casas pasaban. Una vez fuimos a Ovalle, los cinco. Y se enfermó: debió quedar hospitalizada en una veterinaria. De ahí su vida estuvo alejada de achaques, aunque una vez casi muere asfixiada: se tragó un hueso de un costillar. Esa vez tuve que meter mano por la emergencia. En otra oportunidad unos pungas me la quisieron robar. Eran cinco contra la Yuma y yo; a lo Cándido de Voltaire le grité: ¡Corre Yuma! Y se fue flecha a casa. Más atrás iba yo. A esta perra que se ganó el nombre por la protagonista de Pantanal hacía tiempo que saqué a pasear. Los años pasan, me fui de casa y voy poco a ver a mis padres, una vez a la semana y una o dos horas no más. El 16 de octubre supe lo mal que estaba. La fui a ver y tenía serios problemas para respirar, 14 años no pasan en vano. La veterianaria dijo que si la operaban se podía morir. De verdad es más fácil morir que vivir. La operación salía 160 mil pesos; la inyección letal (incluida la visita en terreno del veterinario) salió 20 mil. No quise estar junto a ella cuando murió. De verdad fue fuerte. Lo que sí fue hacer un hoyo en el patio, para que la enterraran ahí. "La veterinaria vino como a la una y media y cuando la vio de nuevo dijo que era difícil que siguiera con vida. Tenía unas úlceras que provocaron pus y esta se metió en sus pulmones, le costaba mucho respirar a veces lo hacía por la boca... Primero le pusieron un bosal y la pincharon, la Yuma no gritó y se acercó a mí y me miró. Se quedó pegada a mi pierna, sentadita. Se fue quedando dormida y después la veterinaria la pinchó, le tocó distintas partes del cuerpo y le cerró los ojos: 'Chao, Yuma, que te vaya bien', le dijo. No quiero volver a tener más perros, Gustavo", me comentó la Pepa, mi mamá, cuando le pregunté los detalles.

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Datos personales

Mi foto
A los ocho años mi perro me mordió la mano derecha. Me dejó una cicatriz. El mismo animal, al año siguiente, me mordió el hombro opuesto al corazón. Otra cicatriz. En 1999 un perro casi mata a un gato. Intenté salvarlo, y lo logré. Pero éste, en el rescate, me arañó y dejó dos marcas muy feas en mi diestra. Mi mano izquierda posee dos cicatrices; no recuerdo cómo me las hice.