10 ene 2009

23. El Tavo Viejo y la Pepa

Necesito un refrigerador.
El Tavo Viejo y la Pepa, aka mis padres, se conocieron en 1978.
En Vallenar nació el amor.
Él, un comerciante trotamundo; ella, una guapa secretaria de un dentista.
Agarraron, pololearon, se enojaron, se amaron, se casaron por el civil.
En la ceremonia no habían parientes de ellos. Nada de nada. Un par de amigos con patillas y chaquetas de cuerina, muy a la onda finales de los setenta.
El Tavo Viejo tenía 30 y la Josefina 21.
No sé si avisaron que se iban a casar. Él era de Ovalle y ella de Concepción (de una parte que recién se estaba poblando, ese sector entre urbano y rural se llamaba Chiguayante).
Y nací, en Vallenar.
Veo a mi papá haciendo una mesa y cuatro sillas con madera comprada en la ferretería de la esquina. Las pintó con blanco (el color más barato) y verde.
Es el 84 y estamos en Talcahuano.
No había comedor ni líving ni refrigerador.
Éramos bien pobres.
Me metieron a la D-460, una escuela modesta, para gente modesta, levantada a media cuadra de casa.
Resultó que si nosotros estábamos en la pitilla, muchos de mis compañeros/as estaban peor.
En fin, necesito un refrigerador.

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A los ocho años mi perro me mordió la mano derecha. Me dejó una cicatriz. El mismo animal, al año siguiente, me mordió el hombro opuesto al corazón. Otra cicatriz. En 1999 un perro casi mata a un gato. Intenté salvarlo, y lo logré. Pero éste, en el rescate, me arañó y dejó dos marcas muy feas en mi diestra. Mi mano izquierda posee dos cicatrices; no recuerdo cómo me las hice.